La ventana de Colmenar de la Sierra.
Esta ruta, que parte desde Colmenar de la Sierra, se adentra en un paisaje de media montaña típico de la Sierra de Ayllón. El ruta combina senderos de tierra compacta bien definidos con tramos de pista forestal, y a medida que se gana altura aparecen zonas más rocosas o con piedra suelta, sobre todo en el ascenso hacia "La Ventana".
La dificultad técnica es moderada, ideal para senderistas con experiencia y buena forma física. No hay pasos de escalada, pero el desnivel sostenido y la distancia exigen un esfuerzo constante.
En lo sensorial, la experiencia se llena del aire puro de la montaña, del sonido del viento entre los pinos y robles, y de ese aroma a tierra húmeda y resina que acompaña todo el camino, con amplias vistas panorámicas del valle y las cumbres que van emergiendo según se asciende.
El recorrido ofrece varios puntos de interés que lo hacen especial. "La Ventana", como su nombre sugiere, es un mirador natural impresionante, una oquedad en la roca por la que se puede pasar y que regala vistas espectaculares del entorno serrano, especialmente de las hoces que forma el río Jarama en este tramo.
Para llegar hasta ella hay que caminar un tramo sin sendero claro y afrontar una última subida entre rocas con cierta pendiente. Arriba, conviene fijarse en un hito de piedras colocado estratégicamente en el tronco de un árbol: marca un senderillo que se adentra entre la vegetación hasta llegar a la propia Ventana.
El resto del camino no presenta grandes complicaciones, salvo un tramo después del puente sobre el río Jarama, donde el sendero se está perdiendo por la vegetación. Aun así, se pasa sin problema, sorteando alguna zarza. A destacar los robles centenarios que acompañan el recorrido por la pista.
También cruzaremos nuevamente el río Jarama por un puente junto a una pequeña área recreativa. Este rincón, en esta época del año, se engalana con sus mejores colores: tonos amarillos, naranjas y ocres, propios de la vegetación de ribera, que nos regalan un espectáculo único.
Las praderas que anuncian la llegada al pueblo: amplias, llenas de vida en esta época, con decenas de terneros recién nacidos junto a sus madres, un verdadero espectáculo que trasmite paz y serenidad.
La entrada al pueblo sufre del mismo mal, con un sendero algo cerrado por la maleza que obliga a buscarse un poco la vida para avanzar. Pero todo eso forma parte del encanto: una ruta maravillosa que mezcla naturaleza, historia y silencio.
En cuanto a la época, el otoño es el momento ideal. Los colores del bosque están en su punto y las temperaturas suelen ser agradables, aunque los días más cortos y el frío a la sombra o al caer la tarde obligan a ir preparados. Lo recomendable es usar botas de media caña con buena suela, y vestir en tres capas (térmica, forro polar y cortavientos/impermeable) para adaptarse al tiempo.
En la mochila, no debe faltar agua, comida y bastones de trekking para aliviar las piernas en las subidas y descensos. Por precaución, lleva siempre un frontal o linterna —en noviembre anochece pronto—, y no está de más contar con un mapa topográfico y GPS, ya que la niebla puede jugar una mala pasada. El agua escasea, así que conviene llevar suficiente para todo el recorrido. Espero que os guste.
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