Leyenda de la cueva de las Brujas.

Quiero compartir con vosotros esta pequeña historia que surgió en una de esas tardes en las que la mente vuela entre las formas y los misterios de La Pedriza. No soy escritor ni pretendo serlo, simplemente a veces las ideas fluyen y siento la necesidad de plasmarlas de la mejor manera que sé.

Esta leyenda es una invención, una forma de entretenernos y dar vida a esos rincones mágicos que todos conocemos. Por supuesto, guardo un profundo respeto por las verdaderas leyendas que nos han sido transmitidas, esas que forman parte de la esencia de la montaña y de nuestra tradición.

Espero que disfrutéis de este pequeño relato tanto como yo he disfrutado imaginándolo y dándole forma.


Durante el tiempo en que la Pedriza era un territorio prácticamente salvaje, accesible solo para los aventureros más valientes, comenzaron a circular los nombres de Elara y Luna.
Hijas de un cantero local, crecieron en plena armonía con la montaña, explorando cada rincón y dominando sus secretos. Desde niñas, entendían como nadie las formas de la roca, los senderos más desconocidos y las corrientes de aire que recorrían las cuevas.
La montaña parecía rendirse ante su maestría: donde otros veían obstáculos, ellas encontraban rutas invisibles. Se deslizaban entre las rocas con una agilidad que desafiaba la lógica, moviéndose con una facilidad casi irreal, como si la propia montaña las aceptara como parte de su esencia, dejando a todos boquiabiertos.

Elara y Luna habían transformado una cueva en el corazón de la Pedriza en su refugio. Este lugar, cuya entrada estaba resguardada por la figura de una gran roca con forma de elefante, daba paso a un laberinto natural que conducía a una bóveda impresionante. La penumbra y la frescura del sitio le daban un aire casi sagrado, convirtiéndolo en el lugar perfecto para sus prácticas secretas.
Allí, lejos de las miradas curiosas, perfeccionaron movimientos que parecían imposibles. Su capacidad para leer las texturas de las rocas, encontrar apoyos donde otros solo veían obstáculos y mantener un equilibrio impecable era el resultado de años de dedicación. Se desplazaban por el techo de la cueva con una fluidez que desafiaba la gravedad, como si estuvieran suspendidas en el aire. Estas acrobacias, fruto de una conexión casi mágica con la montaña, las hacían únicas.

La envidia fue lo que puso fin al secreto de las hermanas. Hugo, un hombre conocido por su carácter problemático, manipulador y ambicioso, no soportaba ver cómo Elara y Luna se convertían en el centro de atención del pueblo. Mientras él, un escalador mediocre, quedaba siempre en las sombras.
Su falta de éxito en las montañas, junto con una necesidad desesperada de reconocimiento, alimentaron su obsesión por ellas. Convencido de que sus habilidades no podían ser el resultado de pura destreza, sino de algún poder oscuro, comenzó a seguirlas en secreto, acechándolas como un cazador a su presa. A medida que su frustración crecía, su envidia se transformó en una fijación peligrosa.

No tardó en convencerse de que debía revelar lo que veía como el 'secreto' de las hermanas, sin entender que su talento era fruto de años de esfuerzo y dedicación.
Finalmente, su obsesión lo llevó a encontrar la entrada de la cueva. Ese día, tras seguir a las hermanas hasta la roca en forma de elefante, se aventuró en el pasadizo. Lo que vio dentro cambió su visión para siempre.
Allí estaban Elara y Luna, moviéndose por el techo con una facilidad que desafiaba toda lógica. Incapaz de entender lo que veía y negándose a aceptar la dedicación y el talento como explicación, su mente se llenó de miedo y prejuicios.
Convencido de haber presenciado algo prohibido, salió perturbado de la cueva, decidido a actuar.

De regreso al pueblo, Hugo, preso de su emoción y temor, empezó a propagar historias exageradas, que encendieron la chispa de la superstición. '¡Son brujas!', vociferaba con una mirada desorbitada. '¡Las vi volando en una cueva!' Su habilidad para sembrar el pánico fue tan efectiva que, en poco tiempo, Elara y Luna se convirtieron en los objetos de la superstición y el rechazo colectivo.
Lo que había sido su santuario, la cueva, se transformó en una prisión. Conscientes de las miradas y los rumores que ahora las rodeaban, las hermanas limitaron sus salidas y se refugiaron en el corazón de la montaña. Su mundo se redujo al interior de la cueva.

Sin embargo, el destino dio un giro inesperado. Hugo, el hombre que había desatado la leyenda, murió en un accidente mientras escalaba. Su cuerpo fue hallado al pie de un risco, aparentemente víctima de una roca suelta. Para algunos, su muerte fue vista como un aviso de la montaña; para otros, como la supuesta "venganza de las brujas".

Este trágico suceso calmó los rumores y llevó al pueblo a reflexionar. Aunque el miedo inicial había impulsado el rechazo hacia las hermanas, la culpa comenzó a filtrarse entre los vecinos. Muchos se preguntaban si habían actuado de manera injusta, si el aislamiento de las jóvenes era más un castigo que una solución.
Aunque ninguno se atrevía a decirlo en voz alta, un sentimiento de remordimiento colectivo se instaló en la comunidad.
Pero Elara y Luna jamás volvieron a mostrarse. Con el paso del tiempo, las hermanas se convirtieron en un recuerdo vago, una sombra que se deslizaba por los relatos de los mayores.
Algunos creían que habían encontrado refugio en las profundidades de La Pedriza, donde la montaña misma las acogió, envolviéndolas en su granito eterno. Otros afirmaban que sus espíritus aún vagaban protectores de un entorno que siempre les había pertenecido.

La cueva se convirtió en un símbolo de misterio y arrepentimiento, recordatorio de cómo el miedo y la ignorancia destruyen aquello que no se comprende. Con los años, el lugar permaneció en el olvido hasta que fue redescubierto recientemente.

La vía encontrada en su interior, conocida como la 'Vía de las Brujas', se ha convertido en todo un desafío reservado para los más experimentados. Los escaladores que conquistan la ruta hablan de una presencia invisible pero reconfortante: un viento que los impulsa en los momentos más críticos, como si las hermanas les ofrecieran su ayuda, guiándolos en su travesía.
El aire en La Pedriza tiene algo distinto, algo que no se ve pero se siente. Al llegar a la cueva, es imposible ignorar cómo una brisa salida de lo profundo de la montaña, se enreda entre los dedos y acaricia el rostro con una suavidad que parece viva.

De aquí nació la leyenda de las brujas voladoras, figuras que surcaban los cielos bajo la mirada atenta de las estrellas. Lo que una vez fue miedo se convirtió en asombro, y ese asombro se transformó en respeto.

Pero La Pedriza, sabia como pocas, nunca revela todo lo que sabe. Su ciclo de misterios continúa, y mientras nuevas manos toquen su granito y nuevas miradas descubran su horizonte, también nacerán nuevas leyendas que llenarán sus silencios.



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